miércoles, 1 de junio de 2011

Infraganti

Sigiloso llegó entre las penumbras. Observó a ambos lados. No había nadie en los pasillos. Cerró la puerta y se sentó en el más húmedo de los rincones. Sus pensamientos se perdían entre las infinitas líneas de los azulejos, mientras sus tímpanos se hacían insensibles al murmullo de los pasillos.
Siempre su cautela y sus suelas de goma lo hacían invisible, pero en esta ocasión, debía serlo aún más.
Estático, ideas en su cabeza se entrelazaban como una madeja; su felicidad, sus ganas, la lista del supermercados, sería feliz quién lo espera? cuál será su próxima compra? por qué los monzones traen lluvia? ... se observaba la punta de sus zapatos, que estaban manchados. El agua trepaba por sus mocasines.
Soledad. Incertidumbre. Silencio. La puerta se veía enorme.
El bullicio indefinible comenzó a transformarse en una voz conocida. Cada vez más cerca.
En las sombras de la tarde, comenzó a intranquilizarse.
La puerta se abrió de golpe y un grito inundó el cuarto, y sus grandes y brillantes ojos se paralizaron en la obscuridad. Alguien inoportunamente había decidido entrar.
El pantalón sujetó sus tobillos, y esta vez no taparon la nobleza de sus partes. Se desmoronó intentando alcanzar la manija, pero fue inutil, se desmoronó mientras el rollos de papel higiénicos se escapaba de sus manos.
Tan sonrojada como él, cerró nuevamente la puerta y escapó de prisa pidiendo disculpas.

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