jueves, 2 de junio de 2011

Anita

Anita llego una tarde demasiado turbulenta. La seleccioné entre cientos.
La busqué porque requería de su sutil y efímera compañía. A primera vista, le temí mientras mis manos hacían de mi cabeza un mostrador de sombrero, y de mi corazón a Houdini soltando burbujas rojas en una caja de cristal. En el primer momento, mis manos la notaron fría, pero mis nervios fueron cambiando su temperatura. La puse sobre la cama, la miré. Tan insignificante y tan tajante, la tomé y la coloqué mi bolsillo.
Como una moneda de oro hurtada, y como si alguien pudiese notar su presencia en mí, la escondí al lado de mi cama, justo en la mesa de luz.
Durante la cena, actué normal, pero no aparté su cercana presencia de mi cabeza.
Abri nuevamente el cajón, la tomé con dos dedos, la miré otra vez. "El plata y el oro combinan. Hoy no, tal vez mañana".
Los días pasaron, y ahi fue cubriéndose de otras cosas que iban llegando. El cargador del viejo celular, una caja vacía de pastillas, una media sin compañera, todo lo que llega a los cajones de las mesas de luz.
Unos años más tarde, la limpieza llevó a alquien más a toparse con ella. "¿Y esto?", "Se esta acostumbrando a mi cabeza" ... nos reimos.
Poco después, la devolví al tarro en el que había estado durante años antes de conocerme. Y la perdí entre el resto.

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