lunes, 11 de febrero de 2013

Mi niñez fue feliz, con instantes de alegria infinita, que como siempre me hicieron sentir las pequeñas cosas. Colorida y despeinada, amando las mascotas, y las herramientas del taller, los días pasaron ... siendo la escuela una sala de espera para salir a jugar, que no me dejó valiosos recuerdos.
Tomar la leche chocolatada en los vasos de cristal, abrir las latas prohibidas de pintura  viajar en el espacio con las antiparras azules, con dos compañeros rodados , robots del espacio  (una moladora de tres ruedas y una soldadora con un timbre). Robar mandarinas verdes para posteriores dolores de panza, comer pan escondida antes del arte de las ronchas, encontrar y mantener escondidos gatitos pequeños ... tanta adrenalina!
Caminar con tarros bajo los pies, usar ojotas de cartón, esperar la magancia, comer pancitas de pollo a la parrilla, pinchar miles de pelotas, ir a Hernandarias, tener instrumentos musicales, una pieza para mi un equipo de siré color lila, un oso gigante abollado y babeado, era todo lo que necesitaba.
Los dias en el parque Roda, al costado del rìo me hicieron amar hasta hoy los choripanes, y la pelota de basket inspiró mi terror por el deporte con pelotas. 
El sueño de tener un perro como mascota todos los días de mi vida, se completó con el tomi , en la casa de mis abuelos, me esperaba y me hacia tan feliz.  Los ratos sin el, lo llenaban los gatitos con olor a fósforo de la casa de mi abuela. 
Los retos fueron bastantes, pero ninguno tan importante como para que no pueda olvidarse ... solo uno por no anotarme en la preparatoria. Seria interesante saber inglés. 
Todo lo que alguien puede tener en su infancia; una familia completa, conocer la nieve, tener lugares para jugar, comer mucho chocolate y tallarines caseros, pasar días con sus abuelos, abrir bolsas llenas de botones y cosas raras, explorar con machetes ... 

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